miércoles, 24 de abril de 2013

UN CIELO PARA ELLA.



Para la Madre de Dios
el hombre diseñó un cielo,
un cielo para la Reina
donde volasen Sus sueños.
Para la Madre de Dios
el hombre soñó su cielo,
un cielo que fuera un palio,
un palio para Su reino,
y así poder demostrarle
que en su vida es lo primero.
El hombre, pleno de amor,
quiso entregar sus desvelos
y a la Reina de los cielos,
de un palio le hizo un diseño.

Y diseñó parihuelas
que sujetaran con fuerza
ese joyero de amor
para la Mujer Primera.
Andamios que no se lucen,
piernas de fuerza suprema,
jaula de entrega valiente
y alma de trabajaderas.

El hombre, en su locura;
en ese sueño de artista,
también pensó en proteger
de aquellas noches tan frías,
la carita de Su Madre
y pensó en las bambalinas.
Bambalinas que mecieran
la brisa de primavera
y que abanicaran siempre
que Su palio se moviera.
Terciopelos y bordados,
flecos de airosa caída,
techo para la Señora
en casa de oro metida.

Verde, para la Esperanza,
granate, para mi niña,
blanco para el Dulce Nombre.
Azul, que el perchel suspira,
morado para el Perdón,
negro en el Ave María,
y también la Soledad
que enlutada maravilla,

Doce varales valientes
deben sujetarlas prestos,
brazos de plata preciosa,
columnas de amor eterno.
Doce largas filigranas,
doce almas de portento,
gracia de cimbreo sutil,
secreto del movimiento.

Para la Madre de Dios
el hombre hizo una corona
para que todos supieran
quien es la Reina y Señora.
Una corona de oro
que Su cabeza ciñera,
alarde de orfebrería
y espejo de realeza.


El hombre siguió soñando
este muy hermoso sueño,
y pensó que la Señora
el dolor no debía verlo
y Sus plantas las llenó
de luces de candelero.

La luna puso a Sus pies,
llena de velas luciendo,
ascua y fuego del amor,
sacrificio verdadero. 
¡Ay! Si las abejas supieran
pá quien es la cera que hacen,
trabajarían las obreras
con más ahínco, si cabe,
porque es para la Señora
el fruto de tanto esfuerzo,
cera de luz y calor
para la Reina del Cielo.

Miró el hombre con asombro
lo hermoso de su diseño
y pensó en como adornarlo
de flores por los costeros.
Ocho jarras colocó
entre los huecos primeros,
para que se compusieran
fanales de airoso gesto.
Otras jarritas pequeñas
en el frontal se pusieron,
para alegrarle la cara
y servirle de consuelo.
Clavel, nardos, azucenas
perfumaban ese sueño,
cera y plata reluciente,
flor, sedas y terciopelo.


Ya estaba el palio completo
para la Madre de Dios,
pero faltaba un detalle,
hay que inundarlo de amor.
  
Y que mejor para hacerlo,
que pensar para llevarlo
en una cuadrilla buena
de costaleros con garbo.
Costaleros que supieran
mover ese hermoso cielo
con andares de tronío
y con levantás de ensueño.
Gente, que loca de amor,
bajo las trabajadoras
entreguen todo su arte
mezclado entre garra y fuerza.

Para la Madre de Dios
el hombre terminó un sueño.
Un sueño que fuera un palio,
un palio de sentimientos.
Un palio que fue llenando
de flor, cera y candeleros
y lo inundó con el arte
de los buenos costaleros.

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