Para la Madre de Dios
el hombre
diseñó un cielo,
un cielo para
la Reina
donde volasen
Sus sueños.
Para la Madre de Dios
el hombre
soñó su cielo,
un cielo que
fuera un palio,
un palio para
Su reino,
y así poder
demostrarle
que en su
vida es lo primero.
El hombre,
pleno de amor,
quiso
entregar sus desvelos
y a la Reina de los cielos,
de un palio
le hizo un diseño.
Y diseñó
parihuelas
que sujetaran
con fuerza
ese joyero de
amor
para la Mujer Primera.
Andamios que
no se lucen,
piernas de
fuerza suprema,
jaula de
entrega valiente
y alma de
trabajaderas.
El hombre, en
su locura;
en ese sueño
de artista,
también pensó
en proteger
de aquellas
noches tan frías,
la carita de
Su Madre
y pensó en
las bambalinas.
Bambalinas
que mecieran
la brisa de
primavera
y que abanicaran
siempre
que Su palio
se moviera.
Terciopelos y
bordados,
flecos de
airosa caída,
techo para la Señora
en casa de
oro metida.
Verde, para la Esperanza,
granate, para
mi niña,
blanco para
el Dulce Nombre.
Azul, que el
perchel suspira,
morado para
el Perdón,
negro en el
Ave María,
y también la Soledad
que enlutada
maravilla,
Doce varales
valientes
deben
sujetarlas prestos,
brazos de
plata preciosa,
columnas de
amor eterno.
Doce largas
filigranas,
doce almas de
portento,
gracia de
cimbreo sutil,
secreto del
movimiento.
Para la Madre de Dios
el hombre
hizo una corona
para que
todos supieran
quien es la Reina y Señora.
Una corona de
oro
que Su cabeza
ciñera,
alarde de
orfebrería
y espejo de
realeza.
El hombre
siguió soñando
este muy
hermoso sueño,
y pensó que la Señora
el dolor no
debía verlo
y Sus plantas
las llenó
de luces de
candelero.
La luna puso
a Sus pies,
llena de
velas luciendo,
ascua y fuego
del amor,
sacrificio
verdadero.
¡Ay! Si las
abejas supieran
pá quien es
la cera que hacen,
trabajarían
las obreras
con más
ahínco, si cabe,
porque es
para la Señora
el fruto de
tanto esfuerzo,
cera de luz y
calor
para la Reina del Cielo.
Miró el
hombre con asombro
lo hermoso de
su diseño
y pensó en
como adornarlo
de flores por
los costeros.
Ocho jarras
colocó
entre los
huecos primeros,
para que se
compusieran
fanales de
airoso gesto.
Otras
jarritas pequeñas
en el frontal
se pusieron,
para
alegrarle la cara
y servirle de
consuelo.
Clavel,
nardos, azucenas
perfumaban
ese sueño,
cera y plata
reluciente,
flor, sedas y
terciopelo.
Ya estaba el
palio completo
para la Madre de Dios,
pero faltaba
un detalle,
hay que
inundarlo de amor.
Y que mejor
para hacerlo,
que pensar
para llevarlo
en una
cuadrilla buena
de costaleros
con garbo.
Costaleros
que supieran
mover ese
hermoso cielo
con andares
de tronío
y con
levantás de ensueño.
Gente, que
loca de amor,
bajo las
trabajadoras
entreguen
todo su arte
mezclado
entre garra y fuerza.
Para la Madre de Dios
el hombre
terminó un sueño.
Un sueño que
fuera un palio,
un palio de
sentimientos.
Un palio que
fue llenando
de flor, cera
y candeleros
y lo inundó
con el arte
de los buenos
costaleros.
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